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domingo, abril 12, 2009

EL ALPINISTA




La ambición, el motor del mundo. Había caído en sus redes y todo lo que sucedió después, no era, sino el devenir indefectible del destino. Un deseo irrefrenable me había empujado a aquella escalada, alimentado a lo largo de dos décadas, ni siquiera recordaba como aquella loca empresa se había instalado en mi persona como un apéndice, cuan si fuese una extremidad, con arterías, músculos, terminaciones nerviosas…vivía y se alimentaba de mi sangre, de mis pensamientos. Fuera cual fuese la ascensión a la que me llevaran mis pasos, en cuanto mi mente bajaba la guardia, allí estaba ¡Esa maldita pared!

¿Sabéis lo peor? ¿Lo pésimo? Que sabía a ciencia cierta que me traería problemas. Y ahora estaba de lleno en ellos, metido hasta el cuello en un jardín de berenjenas y con mala salida, muy mala solución, si es que la había.
Para empezar toda una suerte de dislates, andaba cojo hacía tres horas. Un puñetero crampón se había roto. Porque sí. Como pude, amarré el automático de la caña al talón con un cordino, cada media docena de patadas se aflojaba y se salía de madre mientras intentaba alcanzar el final de aquel nevero infame, a la pata coja, como fuese, pero estaba claro, alguien tenía la sartén por el mango, y ese, no era yo. El tiempo, garantizado por la meteo, se torció como la manteca al sol. Había comenzado a nevar, cada minuto más intensamente. En principio, no me afectaba gran cosa, teniendo en cuenta que la fuerte pendiente no retenía al sudario de cristal, pero en la parte superior de la montaña se acumulaba a marchas forzadas y la gravedad haría su trabajo en breve, y así fue. Aguanté media docena de embates anclado a los piolets, no tenía donde esconderme. Hasta que llegó el condenado, rugiendo como una fiera, con garras que eran piedras de todos los tamaños, me arrancó de la pared.

La sala era de un blanco desconocido para mí. Fluorescente, sin una sombra. Había a lo largo del perímetro de la habitación unas hileras de sillas, también blancas, ergonómicas, muy cómodas, la verdad. Tardé unos minutos en intentar ubicarme y aunque no lo conseguí en absoluto, al menos recordaba que había salido volando nevero abajo. Tenía un aspecto infame, me faltaba una bota, la derecha. La siniestra, hacía honor a su nombre, media suela despegada y la caña destrozada. Curioso, del masacrado cordino, a su rededor, colgaba el crampón de los huevos.
El pantalón de tempestad estaba hecho jirones, por doquiera asomaba la muda interior. La chupa parecía un ecce homo y no tenía mochila, ni guantes, ni casco. Todo embarrado, de los pies a la cabeza.
Pero yo estaba intacto. Y justo al darme cuenta del detalle, comencé a mosquearme seria y cabalmente.
No sé cuánto tiempo estuve dándole vueltas al asunto, desde luego, si aquello era lo que parecía, la cuestión tomaba un sesgo preocupante, aunque, por otra parte, si podía exprimirme la mollera, tan mal no iba la cosa o eso creía yo justo en el instante, cuando, en la inmaculada pared se abrió un hueco, un portal y, ¡Madre mía! Envuelta en un sari carmesí, apareció la morena más espectacular que los siglos han visto.

-Tendría la bondad de acompañarme.
El condicional sonó imperativo, pero… ¡Qué voz! La melodía, de un arpa. La textura, de un violín. El color, de un clarinete. A su lado, la Callas hubiera palidecido de envidia
-¡De mil amores!
Repliqué entusiasmado, como Tejure.

Pasamos a un pasillo tan aséptico como la estancia anterior. De pronto, se paró en seco. Yo que caminaba como un perrillo tras aquella beldad arrastrando el crampón por el suelo, hube de realizar una maniobra evasiva para no llevármela por delante…algo me dijo que, por el momento, mejor guardar las distancias. De la pared, como anteriormente, surgió de la nada una pequeña alacena, la diosa, recogió una túnica naranja y unos zuecos que me entregó y con una sonrisa encantadora- en el sentido etimológico de la palabra- me espetó al tiempo que otro sésamo se desplegaba ante mí:

-Puede usted asearse. Estamos en el infierno. No en una cochiquera.
Y con una fuerza sobrehumana me empujó a la ducha.
La sonrisa de imbécil que estaba esbozando, se quedó en eso, en una mueca estulta.



Hubiera sido, a pesar del agua caliente, la más fría ducha de mi vida, si no hubiese sido, la primera de mi muerte. Y mentiría, si os dijera que no la disfruté. Al menos aquí, pensaba, no tendrán problemas para calentar el agua.
No me sentaba mal el trapo aquel. A caballo entre un quimono y una bata era de suave tacto. Los zuecos, de mi número, un auténtico bálsamo acostumbrados mis pies a las pesadas botas y a los pies de gato.
Cumplí encantado la orden de la diablesa de mis entretelas. El umbral escamoteable dio paso otra vez al corredor donde con un gesto de aprobación me indicó que la siguiera. Medio hipnotizado tras sus caderas bamboleantes me encontré de pronto en un inmenso espacio, impresionante, si no era Carrara aquel mármol de rosadas vetas que mancillaba mi caminar, se le parecía mucho. A lo largo y ancho de aquella inmensa pieza cuadrangular, unas columnas salomónicas, sino en el orden sí en el tamaño, formaban una suerte de claustro contra las murallas perimetrales, por él, cientos de seres vestidos con túnicas azafrán departían en animados corrillos o paseaban. La garota infernal hizo una reverencia y desapareció. En el centro de aquel universo, una inmensa fuente enmarcaba un pedestal ciclópeo que sustentaba una estatua de bronce: El Ángel Caído. Sí, sí… la obra que firmó Ricardo Bellver y los madriles tenéis en el Retiro, pero a una escala inconcebible y en un bronce pulimentado hasta la textura del titanio. Los techos, se elevaban tan altos que daban vértigo y eran negros, de Calatorao, me dije. La impresión que causaba al espíritu aquella magnificencia era sublime, aunque el fondo del pozo hubiera habido estar abajo.
Tras asimilar la epatante visión no me fue difícil buscar acomodo, al lado de una hermosa joya jónica, se destacaba un grupo por sus grandes voces, por supuesto, en castellano.
Acerqué mis pasos con cierta solemnidad- debía ser la túnica- y me dirigí a un personaje que en aquel instante no pronunciaba palabra, el resto hablaba a un tiempo.

-Buenos días nos dé Dios.
De no se sabe donde, una voz potente y gutural ocupó todo el espacio del palacio.
-¡Hombre, ya tenemos a otro gracioso con Nos!
Para que negar que me acojoné bastante.

El grupo de compatriotas se me quedó mirando un segundo, y comenzaron a saludarme todos a la vez, como es de recibo. Tras las presentaciones, continuaron el debate, hablaban de fútbol. Aproveché el contubernio Madrid, Barça e hice un aparte con el personaje al que me había dirigido en un principio. Se llamaba Ramón y era peón de albañil, y lo que son las cosas, se había caído de un andamio. Quid pro quo. Le relate lo mío y congeniamos rápidamente. Por su parte, me contó que era de Cee, a un paso de Fisterra y no le gustaba el balompié, de ahí que no abriera la boca- la otra opción es que hubiera sido mudo-coincidimos ambos en la manera de entrar en el averno, con la salvedad, que a él, le había tocado una rubia por anfitriona. Se nos acercó en aquel instante una chica de Valladolid, muy guapa, por cierto, la había diñado de cáncer de pulmón, dos cajas de Malboro al día. Le pedí un cigarrillo por probar si había tabaco, y de la columna Jónica, por enésima vez, una compuerta mágica me sirvió un paquete de Winston, lo que fuma un servidor. Empezaba a gustarme la maquinaria infernal.
La muchacha, Pilar era su gracia, nos contó que a ella la recibió un maromo de armas tomar, por lo que leí entre líneas, marcaba inmenso bagayo.
Mon, al cual como buen gallego, fiaba bastante su capacidad de adaptación emigrante, nos comentó que aquello habría de ser un centro de recepción y reparto de destinos, porque había observado como a la vez que se sumaba gente nueva, otra, iba desapareciendo de los grupos. Calculaba, que pronto le tocaría marchar, puesto que, apenas quedaba nadie de los que se encontró a su llegada. Y bajando la voz arguyó:

-Yo, si es por oficios, quiero ir al infierno español.

-Coño Mon ¿Por qué?

-Esto me lo dijo un paisano tuyo, asturiano, trabajando en Ginebra. Todos los infiernos de los peones albañiles son iguales: Una inmensa pila de mierda, un carretillo y una pala. Tienes que cargar el carretillo y mover el montón de merda del sitio una vez, y otra, por toda la eternidad.

Con los ojos como platos, pregunto Pili.

-Pero, sí son iguales ¿Por qué eliges el español?

Carayo! En el infierno español; cuando hay mierda, falta la pala; cuando hay pala, falta la merda, o el carretillo; y el día que esta todo y hay tajo; suele ser jueves, cuando descansa Pedro Botero…El encargao…

La Pili y yo nos tronchamos por los suelos de Carrara. Pero un rato después me preguntaba… Y… ¿Cómo diablos será el infierno alpinista? Para mi desgracia, se me ocurrieron un par de cosas.
Aun me recuperaba del dolor de abdominales, cuando el son de una campana reverberó en el aire llenándolo de armónicos de una sutileza celestial… o infernal… empezaba a hacerme un lío.

-Ahora verás. Dijo el de Cee.

Los condenados, a un tiempo, comenzaron a caminar hacia uno de los fondos. Se destiló el mármol como humo y un gran frontispicio apareció por ensalmo, rebasamos el umbral…Me quedé sin aliento. No os dije antes que en un cálculo aproximado podríamos ser varios miles .Ya no me quedó duda alguna. Unas mesas corridas en número de veinte, dispuestas en paralelo, albergaban doscientas sillas a cada mano por unidad. Una avenida central dividía en dos partes aquella disposición, y en su final, sobre un estrado, presidía imponente otra mesa de una factura imposible. En su centro, un trono, elevaba al menos seis metros su respaldo, aunque la distancia lo impedía, no era difícil imaginar la riqueza de formas arrancadas a la madera.
Cada alma disponía de su propia silla, con su nombre tallado en el respaldo de filigrana, me pareció cerezo, aunque la ebanistería nunca fue mi fuerte. No me extraño lo más mínimo que mi lugar estuviera entre Pilar y Pepe.
Se hizo el silencio, todos nos quedamos de pie frente al asiento. De súbito, por la arteria principal surgió una comitiva. De una majestad inaudita, aquellos príncipes y princesas inclinaban levemente la cabeza al pasar, saludaban. A la cabeza, un personaje de rasgos perfectos y una diáfana sonrisa avanzaba sin rozamiento, parecía flotar. Así, cada uno de ellos, ocupo su ubicación preferencial. A una palmada de aquel personaje, todos ocupamos nuestro lugar. Él, fue el último en tomar asiento.
La mesa era riquísima, la cubertería de plata poseía el pulimento del marfil, como no, las iniciales enlazadas grabadas a buril ostentaban un relieve que atrapaba la luz hasta difractarla. No pude sustraerme a la tentación de golpear la boca de una copa con el índice, el sonido resultante pareció sostenerse minutos en el aire.
El centro floral, que tenía en frente, enmarcaba una docena de gérberas y otras flores silvestres entre helechos. Levante la vista, las paredes construidas con bloques de piedra caliza estaban adornadas con tapices descomunales, presentaban las figuras imponentes de unos guerreros con armaduras negras. Cada uno de ellos, con su nombre en la parte inferior. Comencé a leer alucinado: Andrameleck, Abaddón, Asmodeo, Astaroth…de manera intuitiva dirigí la vista por encima del trono, un tapiz ligeramente más grande que los otros rezaba… Phosphoros, el portador de luz… A su derecha Barack, el rayo caído, a la izquierda Leviatán, el almirante. El siguiente rostro me resultó conocido, no en vano, había pasado ante mí: Belial, el abismo, la destrucción. Puedo jurar, que a pesar de la distancia, el General esbozó una sonrisa cuando me fue imposible evitar mirarle a los ojos.

Tan absorto me encontraba que apenas me di cuenta que habían empezado a servir, una legión de mayordomos y camareros atendía el banquete, sobra decir, que la hostelería en el averno posee, al menos, una docena de estrellas michelín. Pantagruélico, desfilaron ante nosotros los manjares más exquisitos, las carnes y pescados con matices y sabores inenarrables, los mariscos…a Ramón el de Fisterra se le salían los ojos de las orbitas… Los vinos… ¡Qué caldos! Irreconocibles al paladar de un mortal, para que me voy a extender en este punto…ya os tocará, ya. Eso sí, a los postres… ¡Pobres monjitas!... Le pedí a un camarero un orujillo y… ¡Que el demonio me lleve si no era de la Liébana!

Aquella sobremesa, resultó exquisita, deliciosa. Un sumiller se dirigió a nosotros con un carrillo de Habanos. A mi turno, no pude evitar vacilar entre un Montecristo nº 4, un Siglo VI de Cohíba y un serie D nº 4 de Partagás. Con un elegante gesto me dijo:
-Quizás el señor prefiera encender el Montecristo. Acompaña espléndidamente a la digestión.
Asentí agradecido y en una pequeña bandeja me sirvió todos los ejemplares objetos de mis dudas, así como un Churchill y un Lancero. Antes de irse, sacó del bolsillo de su chaqué un sacabocados que me entregó.

-El señor puede quedárselo y, por favor, disfrute los Habanos. ¿Desea que se lo encienda el caballero?
- Faltaría más ¡Muchas gracias!
Sólo cuando comencé a saborear el veguero caí en la cuenta, la guillotina de acero estaba montada en oro, con las iniciales correspondientes. Pilar, me enseño en ese momento un mechero, también de colorao festoneado de brillantes:
-Mi primer día.

Un par de detalles llamaron poderosamente mi atención: En primer lugar, nadie parecía preocupado por su suerte. En nuestro círculo se sentaban un par de músicos, se habían dejado el pellejo en una comarcal. Una anciana maestra de escuela, simplemente vencida por los años. Un cartero, le había despachado el corazón. Un arquitecto de Barcelona y un pescador de altura que se habían ido a pique; uno con el yate, el segundo, se había caído por la borda al mar en el Gran Sol. La conversación pasaba de la mar a la montaña; del andamio a la partitura; de las Torres Gemelas a la Seguridad Social, Pilar había sido enfermera, más, de la situación pertinente…ni palabra.
El otro, si queréis, inconcebible. Habida cuenta que tanto los caldos como los licores espirituosos habían corrido en abundancia, incluso en demasía, nadie, en ningún lugar, parecía estar perjudicado y ni por asomo detecté la menor discusión subida de tono.

Llegado el momento, animada y ordenadamente fuimos abandonando el comedor por dónde habíamos venido. El séquito del General encabezando la procesión. Ganado el palacio Jónico, otra sorpresa, estaba amueblado con toda suerte de sofás, sillones, triclinios… con sus correspondientes mesas. A pesar de la mezcla inaudita de estilos y formas, el conjunto resultaba de una extraña belleza. La iluminación principal que parecía emanar del propio mármol estaba ahora atenuada de tal forma que las lámparas sitas en cada combinado hacían su función de hechizante manera. Escogió para nuestro grupo el arquitecto un espacio art dèco, con muy buen tino he de decir. Sobre la mesa de palisandro el cromo dibujaba una pantera saltando sobre un antílope.
Dispuestos en pequeños montoncitos había unos programas. Me mudó el color.
Mstislav Rostropovich. Concierto para Cello y Orquesta, Op. 104 de Anthoni Dvorak. Orquesta Real del Concertgebouw dirige Willen Mengelberg…
De cómo instantes después accedí a la sala de conciertos. De la partitura, la orquesta, el director, el solista…el propio espacio acústico, tengo un nebuloso recuerdo… Quiero pensar que mi alma aun lastrada por las imperfectas aristas de la vida terrena era incapaz de asimilar tal cúmulo de maravillas…Que un éxtasis lisérgico a otro plano me impide describir aquellas sensaciones o, que simple y llanamente es imposible hacerlo.
Dejamos el nirvana, de nuevo ante la efigie del Ángel Caído los pórticos mágicos dejaban paso a la multitud que abandonaba otros salones y estadios, en cada uno, un espectáculo diferente. Llamaba la atención por el colorido, la salida de un Argentina Brasil…a dos…calculé…Por estos lares estarán esperando a que la diñen Pelé, Maradona y el Messi como a oro en paño. Reconocí a Mon, había disfrutado de un concierto de música celta…Ya no le volvería a ver. Mi diablesa me estaba esperando.

-Puede usted seguirme, por favor.
Y esta vez, su hermosa voz sonó extrañamente amable, incluso servil. Como detecté el hueco en el flanco, osé preguntar:
-¿Adónde me llevas?
Pero cerró filas…
-No me corresponde facilitarle esa información.

Ganamos un pasillo como el de mi ingreso y de nuevo parecida maniobra.

-Por favor…
Su satánico bombón me condujo a una especie de boutique de caballeros. Ropajes, tejidos y cortes recorrían el tiempo de la humanidad. Atendida por un sastre singular de amanerado trato, entre ambos me dejaron planchado. Parecía un lord del Imperio.

El corredor había mutado en una vereda de tierra donde esperaba un carruaje victoriano exquisitamente enganchado, estaba aparejado a ocho purasangres españoles. Un palafrenero sostenía la puerta abierta. Le eché una última mirada a Vampirella, me despidió con una reverencia y subí.
Atardecía, durante unos minutos el camino discurrió a través de un bosque de carvallos de venerable edad, al trote, el cochero guió con singular maestría entre aquella selva paradisíaca. El sol había rebasado el horizonte cuando salimos de la fronda a unos prados apacibles e inmensos de los que surgía una imponente mansión. Giró la carroza alrededor de una plaza y se detuvo frente a las escalinatas de entrada. Descendí. Los prados eran vírgenes, aunque estaban cuidados, no se apreciaban jardines ni parterres pero en el mismo centro de la glorieta un árbol extraordinario presidía aquella naturaleza.
No lo pude evitar:
-El árbol de la vida. Del bien…Y del mal…musité
Y en mi cabeza resonó una voz…
-Correcto.
Me recibió un conocido, podría jurarlo, aquel mayordomo era el mismo sumiller de los puros.
-Avant monsieur. S´il vous plait.
A través de un hall exquisito seguí al solemne servidor hasta una gran puerta. La abrió.
-El Señor le espera…
-Gracias Bautista. (Lo dije con segundas, pero no se dio por aludido)

Accedí al salón, en realidad una biblioteca. Cuajada de hermosos volúmenes. Frente a una chimenea estaba en pie.

-Buenas noches Alfredo. Encantado de contar con tu presencia, aquí, con Nos. Y sonrió…

- Molto obbligato Maestro.

Fredooo…no te pases. Pensé inmediatamente.

-Nooo…Questo bene… La lingua degli uomini sono uno dei miei punti deboli.

Amablemente, con un gesto, me invitó a tomar asiento en uno de los dos sillones
frente al crepitante fuego.

-¿Una copa?... ¿Orujillo de la Liébana?

Asentí encantado. Penetró de inmediato Bautista con una bandeja.

- Tenía cierto interés en conocerte personalmente. Desde que inventasteis el alpinismo he seguido vuestros afanes con atención. Siempre subiendo y bajando. Vuestra afición me trae buenos recuerdos, digamos, de juventud. Además, me causó un gran placer que tu amigo Christian, bonito nombre, y tú, me dedicarais una vía. Es de agradecer que se acuerden de uno.
-El mérito es de sus satánicas majestades, señor.
-También, también. Esperamos con impaciencia sus conciertos.
-Me encantará asistir, si ello es posible.
-Sin duda, como habrás podido apreciar nuestra programación es universal, contamos con los mejores…
-¿Podría hacerle una pregunta?
-¡Aaaaay!... El cielo: la Trinidad y toda la corte... Sinceramente, esperaba más de ti…Aunque ¡Qué se le va a hacer!…Todos preguntáis lo mismo.
Tienes toda la eternidad por delante para comprenderlo. Pero, ¿No te parece que allá arriba hay demasiados Jefes? ¿Qué el paraíso se oferta tal que unas vacaciones en Punta Cana? ¿Qué el Jannat al-na’im islámico es en esencia un burdel?
Por otra parte, si fuera cierto lo que de mí se cuenta y mi labor fuera corromper al ser humano ¿No te resulta muy fácil el encargo para el poderío que se me atribuye? Si acaso hubiere de atrapar las almas de los hombres malvados para torturarlas in aeternum. ¿No estimas qué me aburriría en demasía? Estaría preso del mundo de la política y los negocios…sólo con sentarme bajo la Piedad de Miguel Ángel, me hartaría de cosechar entre la curia vaticana…

A estas alturas del discurso me había puesto colorado...

-…Estoy mucho más cerca del Bosón de Higgs que de los cuentos de los profetas. ¿Cuál para ti es el polo bueno, el positivo o el negativo? ¿Dónde esta el bien, en el Ying o en el Yang? Maldecís al lobo: Noble y valiente y veneráis a la rata del aire: La paloma. ¿Por qué santificáis el día abrasador y negáis a la noche cuajada de estrellas? Tras siglos de abrasar ánimas, los teólogos niegan ahora mi infernal cometido ¿Cui prodest?
Vuestro Dios es un producto del miedo. Yo, soy vuestro terror.
Resulta sencillo achacarme vuestras guerras y genocidios ¿Cuántas y cuántos en nombre de Dios?... Las atrocidades de las que sembráis el orbe. Luego, os confesáis ante un curilla imberbe y asexuado y aquí paz y después gloria. ¡Qué fácil! ¡Qué cínico! ¡Qué inmoral!

El aire se saturó de estática y ozono, si hubiera llevado piolet hubiera comenzado a crepitar. Me bebí el orujo de un trago.

-¿No pensarás que estás ante un lord de la Reina? ¿No creerás lo que ves?… Armaduras… Generales…Carruajes Mayordomos- muy bueno lo del Bautista- apuntilló. Incluso en vuestro ínfimo conocimiento ya sabéis que toda percepción es engañosa y, así todo, pretendéis poner un Creador del Universo a los pies de un pobre simio que habita un cuchitril en el último de los sistemas planetarios. Y no lo dudes.-De nuevo me leyó el pensamiento- Cada puerta que abráis en la física os conducirá a una encrucijada geométrica, multidimensional, hasta el infinito…

Tragué saliva.

-Disculpa mi apasionamiento, también sois capaces de captar atisbos de la verdad, limitadamente, pero lo hacéis… La música, a través de las matemáticas…Las bellas artes son los verdaderos portales al conocimiento…
Quizás te esté aburriendo, cristiano. Pasaste por la pila ¿No es así?

Aquí, recuperé la dignidad.

-Yes Master. A purgar un empacho de manzana. No andarán por ahí el señor Mallory y el señor Irvine. Quisiera hacerles una pregunta

-Su risa resonó por toda la biblioteca con un zumbido electrizante…que se hacía más y más fuerte por momentos…

- It´s seem to react
-Ok. Step according to the hospital notice.

Apenas abrí los ojos unos segundos el motor rugía poderoso, atisbé a ver la pared unos instantes.

-¡Me cago en D…! Y me desmayé.

-What does he say?
-I do not know. These Spaniards are crazy.


Jamás se me hubiera ocurrido transcribir estas alucinaciones de no haber sido por una visita al hospital de uno de los rescatadores suizos dos semanas después del accidente.
Cuando te rescatamos de la parte inferior del nevero- me dijo- Llevabas esto fuertemente apretado en una mano.
Y me entrego un sacabocados con la cuchilla de acero montada en oro y mis iniciales grabadas a buril.

¿Y los puros? ¿Os los fumasteis? Le espeté en la despedida al pobre suizo.






....................Alfredo Íñiguez...........2009

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